Anoche soñé con G. Soñé que nos besábamos en los labios, soñé que estábamos juntos, que nos amábamos el uno al otro. Estábamos juntos, y sólo eso me hacía inmensamente feliz.
Me he estado acordando mucho de él últimamente y le he hablado de él a varias personas, recordando sus cualidades y sus palabras y gestos amorosos hacia mí; lo recuerdo como el único hombre que alguna vez me dijo las palabras mágicas que toda mujer desea escuchar alguna vez en su vida: I love you…
Pero G no es un hombre libre, en absoluto. Está profundamente comprometido con toda suerte de lazos y relaciones que le impiden de cualquier manera estar “libremente” conmigo. Aunque, en modo alguno yo le habría pedido que abandonara tales lazos sólo para estar a mi lado. Respeto esos lazos y no soy capaz de interferir en ellos. Somos responsables de los compromisos que creamos a lo largo de nuestras vidas, ya sea de pensamiento, obra o palabra, somos responsables de cumplirlos, y también somos responsables por aquellos con quienes establecemos tales compromisos.
Anoche me acosté repitiendo una y otra vez el mantra de Chenrezig, sentía tanto tanto amor y gozo en mi corazón como para abarcar el universo entero. Sentía que amaba a todos los seres en todas partes, sin distinción. Y sentía el deseo profundo de compartir este amor con todos ellos. Como no podía salir de mi cuerpo sin morirme comencé a repetir el mantra OM MANI PEME HUNG, hasta que me dormí.
Entonces, vino el sueño, del que sólo recuerdo a G y lo mucho que nos amamos, en alguna porción del espacio y el tiempo.
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