sábado, diciembre 29, 2007

¿Por qué escribir?

¿La escritura? Es un acto de amor. -Marguerite Duras.
Respondiendo la misma pregunta que Mario Vargas Llosa le hiciera a Gabriel García Márquez en el año de mi nacimiento -el mismo del Mayo francés-, frente a los estudiantes de la Universidad Nacional de Ingeniería del Perú:
1. Todo aquél que escribe pretende, tiene algo que decir; con ello plantea una alternativa frente a lo que ya se ha dicho. Tal vez, por eso García Márquez habla de una función subversiva del escritor (en particular del novelista).
Al establecer nuevas pautas el escritor pretende modificar lo ya establecido, o en todo caso, influir sobre las pautas ya existentes,. Puede que no se trate solamente de un sentimiento de inconformidad, tanto como una inspiración extensiva, un impulso por la innovación o el descubrimiento de nuevas vías. La búsqueda de nuevas perspectivas, el encuentro de nuevos y variados paradigmas, sea quizá una de las funciones fundamentales del escritor -como artista-, como ente involucrado en su realidad sociocultural.
2. El escritor está en la obligación de procurar expandir posibilidades. Si las prevé o no, a través de su expresió literaria, es también parte de su responsabilidad y de su ética profesional.
El escritor debe emplear su experiencia y sus recursos en posibilitar este desarrollo expansivo, no sólo en su obra, como logro particular; sino también, y como prioridad, en su penetración y compenetración en la realidad sociocultural que le rodea.
Existen aún múltiples vías inexploradas de creación artística, y en particular de la obra literaria. Todavía la novela tiene caminos inexplorados, en espera de nuevos poetas, pioneros que se aventuren a transitarlos.
¿Por qué escribimos, entonces?

Se plantea la interrogante: ¿Cuál es la causa de la creación poética o artística?

a) Kandinsky hablaba de la necesidad “espiritual” del artista por crear.
b) Viggo Mortensen dice que él no crea sus obras pensando en los demás, en si eso les gustaría o no a sus amigos
c) García Márquez dice que escribe para sus amigos, para que estos lo recuerden
d) Da Vinci solía decir que quizá, el único objetivo del hombre para realizar su creación, sólo sea perpetuarse en la memoria, ser recordado.
e) En mis clases de Escritura Creativa, el profesor Pedro Corro apoyaba esta tesis: “creamos para perpetuarnos en el tiempo” (como DaVinci).
f) Octavio Paz decía que no había poesía si no había quien la leyera,
g) Gustavo Adolfo Becker escribió: “mientras exista amor habrá poesía”
h) Y por último, Alfredo Elejalde, en su artículo sobre la poética de la frustración, nos dice que:
la ausencia del espectador no tiene mayor influencia en la experiencia estética del poeta”.

Todas esas son tesis que se sostienen bien sobre argumentos muy relativos, pues se trata de argumentos que parten de la propia experiencia del poeta.
En mi personal experiencia, reconozco una necesidad superior que parte en la búsqueda de la creación, quizá no como causa única de ésta; pues si decimos: ¿para qué escribo? Evidenetemente, cabrían muchas respuestas. Lo esencial, lo que mueve al acto de la escritura es una necesidad muy fundamental del escritor (el que tiene la capacidad de crear). Así también, son muy personales sus razones para hacerlo.

Insisto, aquello que me motiva a hacerlo, que ya no parte sólo de una necesidad; pues en dado caso, esta misma sería una respuesta, se basa efectivamente, en un deseo de ser recordada; no tanto mi persona como aquello que tenía que decir a través de las palabras del poema. La necesidad de una expresión interior como participación sobre la realidad, es más importante que el simple deseo de ser recordada.

Hay un deseo de perpetuidad, sin duda, porque nos resistimos a abandonar el mundo y queremos pervivir a través de nuestra obra. Éste es, para mí, el modo más sublime de perpetuarse en el tiempo.

Los Beatles serán recordados probablemente, a lo largo de muchos siglos, porque su obra dejó una huella imborrable en la historia de la cultura universal. Serán trascendentes como Mozart, ya no sólo en cuanto creadores; sino también, por haberse convertido en portavoces legítimos de una generación y de sus ideas.

Esto es, a todas luces, un motivo legítimo para todo creador. Pero no es el único. Hay un propósito anterior, quizá mucho más poderoso, dentro del alma del poeta, para abocarse a la obra de su creación. Y ése sea, quizá el más noble de todos: el auténtico deseo de ofrecer un servicio. No tanto por el trabajo que amerita la obra: nuestro sudor y nuestras lágrimas más sentidas; es algo que se escapa a las emociones más profundas del ser humano y que las trasciende; es el deseo de ofrecer a la humanidad una visión diferente y particular de la realidad.
El poeta se propone “hacerles ver el bien”, si se quiere, mostrando universos donde la realidad restringida que conocemos mediante nuestros sentidos, condicinada por las normas de la sociedad y nuestras propias funciones biológicas, sea superada en la visión de una realidad posible y quizá, mejor. Un mundo donde no existe la guerra ni el odio, ni la mentira ni la avaricia (como el Imagine de John Lennon). O peor, donde todas las desesperaciones y sufrimientos del alma quedan retratados y sublimados. (La Lista de Schlinder de Steven Spielberg). En definitiva, un mundo ideal, similar a ése en el cual Platón nos decía, que residía la verdad más Absoluta, el mundo de las ideas “espirituales”. Pues ya no reside solamente, en la palabra o la obra del hombre, sino que estos se convierten en vehículos de su expresión. Su acto poético se convierte entonces, en un acto sagrado que roza lo absoluto.

Mi respuesta, abierta a discusión, en una hoja de ensayo de uno de mis trabajos de clase, en el mencionado taller fue: “De cualquier modo, la escritora que quiero ser es la que escribe y muestra, a través de lo que escribe, una ventana abierta hacia el corazón humano”. Es en ese corazón donde quizá reside, metafóricamente, el mundo de las Ideas más sublimes de Platón.

En esto coincido con Elejalde al aproximar la tarea del poeta (o del creador) a la del meditante, cuando dice que la poesía es como dedicarse a la meditación”. Pues es “el descubrimiento de los conflictos más íntimos (del alma humana) y su transmutación”. Nos habla también del método; la disciplina del poeta para transformar esos conflictos internos, lo que nos hace pensar, es el fruto de su propio descontento frente al mundo. Transforma ese fruto, lo convierte en una denuncia, en testimonio trascendental de la experiencia.

En budismo se hace cierto hincapié en la importancia de la experiencia para el aprendizaje y desarrollo del ser humano. Se reconocen los móviles de la mente y sus causas, y se trabaja sobre ellos; logrando una cierta transformación de los estados mentales en algo, por así decirlo, que sobrepasa la experiencia conocida. A través de las practicas de meditación tenemos la posibilidad de transformarnos en un Budas (el estado absoluto, el desarrollo de todo el potencial de la mente), o al menos, ésa es la meta.
Frente a estas prerrogativas resulta válido el paralelo que hace Elejalde acerca del trabajo poético; es una disciplina que ofrece oportunidades extraordinarias al escritor, para su autoconocimiento y el del mundo que le rodea. Si buscamos alguna utilidad para ella, forzosamente tendríamos que decir que es ésta: la transmutación, ya sea de los conflictos del alma humana en algo mejor. ¿Y en qué puede convertirse el escritor que bucea en su propia alma? ¿En poeta?
También, Octavio Paz nos proporciona una respuesta que coincide con la intencionalidad del poeta de transformarlo todo, y ésta reside en lo sagrado. Para Paz el poeta, mediante la palabra, mediante la expresión de su experiencia, (procura) hacer sagrado el mundo”.

Uno de mis argumentos en el Taller de escritura para no escribir poesía era que: Siempre he pensado que la poesía es creada por criaturas cuasi perfectas, como la copa de oro de la que sólo beben los más elevados seres de la creación[1].

La poesía transforma porque la palabra transforma, ése es el poder de la palabra: "... la palabra tiene un efecto mágico para trasportarnos a otros mundos y para crear nuevas realidades; para hacer felices o infelices a los demás; para ayudar o perjudicar. La palabra tiene Poder”.

Poesía como disciplina del conocimiento humano; como proyecto del lenguaje y como auto-conocimiento, y que surge de la transformación de los conflictos del alma en su purificación. Pero Elejalde apenas y nos muestra en qué se transforman esos conflictos, sólo podemos entrever una suerte de denuncia antes citada; pero ¿acaso, allí culmina la labor del poeta (creador)? Acaba su exposición dejándonos esta interrogante.
Dice: Si la poesía es una pregunta sin respuesta, si es un continuo interrogar entonces, lo suyo será la técnica de la pregunta, la técnica de explorar todas las interpretaciones posibles de un mundo siempre inacabado”. Como Sócrates...

Pero, si es así ¿dónde queda el verdadero propósito de la creación? ¿En una interrogante inacabable que nos tiende la trampa del círculo infinito, hasta del misterio? Que es, a fin de cuentas, la esencia de ese mundo de la Ideas de Platón; que el filósofo nos considera, en tanto erramos por este mundo, incapaces de concebir.

No quisiera terminar esta reflexión, sin aludir al pensamiento genuino e inmortal de un Poeta, por quien he sentido siempre un amor incondicional: Arthur Rimbaud. En su carta de un Vidente, el niño prodigio nos dejó esta visión de la poesía futura:
El primer estudio del hombre que quiere ser poeta es su propio conocimiento (el estudio de sí mismo), busca su alma, la inspecciona, la tantea, la aprende. En cuanto la conozca, ¡debe cultivarla! (...) Se trata de hacer al alma monstruosa (...).
Digo que es necesario volverse vidente. El poeta se hace vidente por un largo, inmenso y razonado desajuste de todos sus sentidos. Todas las formas del amor, del sufrimiento, de la demencia busca él; agota en él todos los venenos, para sólo guardar sus quintaesencias (...) en la que deviene (...) ¡el Supremo Sabio!, ¡porque ha llegado a lo desconocido!
Y cuando, enloquecido terminara por perder la inteligencia de sus visiones: ¡las vio! ¡Que reviente en su salto a través de las cosas inauditas e innombrables!
Vendrán otros horribles trabajadores, ¡comenzarán por los horizontes donde el otro se ha hundido!”

Elejalde nos señala, finalmente: “si el poeta tiene éxito en su intento ¿para qué querría seguir escribiendo?”. De todas las posibles respuestas a mi constante indagación, ésta sería la más apropiada: ¿por qué sino, abandonó Arturo la poesía? Si se halló al fin, purificada su alma de todas aquellas aterradoras visiones que lo separaban de la verdad verdadera, ¿para qué querría continuar la búsqueda? Pero él cumplió con su cometido y nos dejó el testimonio de su experiencia. ¡Inefable tarea por la cual todos los poetas le estaremos en eterna gratitud!

Nota:
[1] Porque la Poesía es “la revelación de la inocencia que alienta en cada ser humano (...)” según Octavio Paz. Y difícilmente, la encontramos dentro de nosotros mismos en días como estos.

sábado, agosto 25, 2007

EL PENSAMIENTO MÁGICO

“El dios griego para Nietzsche sólo era un elemento más del coro y de la expresión artística. No lo comprendía como parte de ese universo mágico del que estamos todos ya tan alejados, tan aislados”.

Me hice esta pregunta en el curso de mis pesquisas acerca de la visión de Nietzsche frente al arquetipo de la Muerte en la tragedia griega. Esta visión trasciende el ámbito del teatro, porque éste mismo halla sus raíces en la religión griega, más concretamente en el mito. Pero de esta interrogante surgieron nuevas visiones y paradojas que me impelen a continuar por este camino indagando en las razones, las representaciones que llevaron a Nietzsche a obviar la realidad del aspecto mágico y simbólico que expresa el pensamiento religioso griego.
Todavía me resulta asombroso que Nietzsche desdeñe con tanta facilidad la importancia y la profundidad de esta forma de concepción de la realidad en el interior de la vida y la religión griega. Lo que para los griegos primitivos significó, y para su posterior progreso, este estadio evolutivo de la conciencia en la relación con sus dioses y con el universo, y por ende, en su imagen de sí mismos.
Creo, con no poca convicción y no menos sorpresa, que nuestro amigo Nietzsche ha confundido en este predio la causa con las consecuencias; y acaso, en su aturdimiento, posicione a la tragedia como el fruto directo de este pensamiento trágico en el hombre griego; y no sea lo suficientemente sutil como para percibir en ese pensamiento simbólico y primitivo de la realidad el verdadero germen de toda la cultura griega, el responsable directo de esa libertad entendida como leit motiv del hombre griego; que al mismo Nietzsche le llevara a admitir en “El nacimiento de la Tragedia” que la periferia del círculo tiene infinitos puntos (...) llegada a estos límites la lógica se enrosca en sí misma y acaba por morderse la cola. Y todavía añade, para mi mayor asombro: entonces irrumpe el conocimiento trágico.
Y ¿es que –me pregunto, aún sin salir de mi perplejidad-, no era ya este sentido trágico parte de la vida del hombre griego. Y al irrumpir en arte se conoció para el mundo y así para la historia; que de este mismo germen, de esta misma concepción mágica de la existencia, había brotado la Tragedia (conciencia trágica) como su flor tardía? No es, en fin, que surgiera ese pensamiento mágico con ella, con la tragedia. La mirada siniestra del hombre griego acerca de la certeza de su destino ya formaba parte de su existencia, ya le era conciente en un estadio muy profundo de su pensamiento religioso, por el que mediante todos esos rituales de comunión con la naturaleza, abogaba por su supervivencia y la de su tribu. El germen de la conciencia de la inevitabilidad de su Muerte ya estaba en él antes y entonces, cuando al fin, apareció La tragedia.
Aquí su visión nihilista continua empañando los objetos de la realidad; y a pesar de su apreciación muy ceñida a los resultados y a una metodología de la causalidad, no conlleva por este procedimiento que Nietzsche salga de su propia obstinación científica y peque del mismo error del que inculpa a sus colegas filólogos coetáneos.
La observación se centra aquí en la figura del dios dentro del pensamiento griego arcaico, su evolución en el marco de la polis como figura del palco olímpico, y su trascendencia y posterior encarnación en el coro trágico. Teniendo siempre presente, que esa conciencia mágica ya formaba parte de la naturaleza del hombre griego y su forma de vida, y sólo encontró su expresión más representativa y depurada en la obra de arte trágico.
El pensamiento mágico propio de la conciencia primitiva nos retrotrae al origen del culto de la mano del mito. Como base de estas ideas, Nietzsche nos presenta las distintas formas del culto griego a los dioses, en su libro homónimo. Aquí afirma el filósofo alemán el descrédito en el que está concebida la lógica del pensamiento en el dominio de los ritos del culto a los dioses; afirma que esa lógica es la enemiga de la lógica científica y que está emparentada con la superstición y la poesía. Nos habla de un pensamiento impuro del que brota la conciencia mágica del universo, y del cual, a su vez ha surgido todo el culto griego helénico.
Esta palabra simboliza para Nietzsche el esplendor y la magnificencia de toda la cultura Griega, y su grado de mayor apogeo y desarrollo. Con sus mismas palabras nos dice: “Grecia es la imagen de un pueblo que alcanza enteramente las intenciones supremas de la voluntad” Admite que “sobre el suelo de ese pensamiento impuro ha crecido el culto griego”[1]. De nuevo, la agudeza de su percepción ha tomado las debidas precauciones de reconocer de antemano, el descrédito de la lógica del pensamiento mágico; sin embargo, no le reconoce él mismo ni un tanto, desde su propia apreciación. ¿Cómo podemos admitir tan abiertamente que todos los pueblos que comparten entre sí esta visión mágica del universo, pertenecen a un estadio inferior de civilización? ¿Podríamos decir eso mismo de los egipcios, o aún de los propios griegos?, de quienes bien se conocen sus rituales mágicos con Deméter y el mismo Orfeo y Dionisos.
El análisis riguroso siempre es útil para escudriñar la historia y sus muchos entresijos, pero en el momento en que el arqueólogo, el filólogo o el historiador deben enfrentarse a una realidad de naturaleza diferente a la de su visión científica, el impulso de negar aquélla parece irrefrenable. Y esta actitud un tanto injusta la encontramos también en la visión de Nietzsche, a pesar de la tremenda utilidad de sus escritos para el estudio de la antigüedad clásica.
La coincidencia nos hace encontrar aquí y allá pueblos y civilizaciones remotas en el tiempo que compartían esta visión mágica; al tiempo que el grado de evolución de su cultura permanecía aún en la Edad del Bronce. Tal es el caso de Catal Huyuk la ciudad más antigua que se conoce, ya que se le asigna un origen que ronda los diez mil años; su yacimiento se encuentra en Turquía, a trescientos kilómetros de Ankara, la capital. Los estudios arqueológicos realizados en base a los hallazgos, consideran que aquella civilización gozaba de gran prosperidad y progreso; e incluso, de un elaborado sistema de drenaje de cañerías. Pero su religión basada en el matriarcado, contemplaba una visión profundamente mágica del universo, como lo atestiguan las estatuillas de la diosa-madre.
También encontramos que el pensamiento mágico prevalece en los rituales del culto griego a los dioses, aún y cuando el estadio evolutivo de su cultura se halla en la cúspide. Incluso, aquellos rasgos que Nietzsche encuentra comunes entre los hombres que creen en la magia y los milagros todavía se encuentran presentes entre aquellos ciudadanos de la polis, en los tiempos del nacimiento de la filosofía. Tan fuerte y tan intensamente dentro de la vida del hombre griego se hallaba afianzado este pensamiento mágico, que albergaba un recóndito temor al delito de impiedad o asebeia; como sucedió en los casos de Diágoras, Protágoras, Anaxágoras (...)Sócrates, Esquilo o Aristóteles[2]; así como también, al poder de los ídolos protectores. El mismo Nietzsche nos cuenta cuánto temía la gente a un ídolo errante; tal es el caso del ídolo de Acteón en el Orcómenos.
Ese pensamiento mágico llegó a institucionalizarse, en virtud de su poder sobre la vida del hombre griego. De manera que nos parece prudente tomarlo más en serio, no sólo como base del culto a los dioses o de la propia cultura helena, sino como característica formal de todo el pensamiento religioso griego de la antigüedad. Ahora bien, ¿qué es exactamente este pensamiento mágico, del que parece depender toda la estructura del palco divino?
La idea de divinidad en el pensamiento mágico se encuentre ligada frecuentemente, con la búsqueda del sentido de lo inexplicable. Es la búsqueda inicial del hombre primitivo, de los fundamentos del comportamiento del universo. La magia, nos dice Nietzsche, pudo nacer como el intento de establecer ese primer contacto entre el hombre y las potencias ingobernables de la naturaleza. De este modo, divino pudo ser en su tiempo, el mismo árbol que diera alimento al hombre primitivo. Pero los métodos y los medios para lograr encausar o conquistar los designios divinos, son para Nietzsche ese pensamiento mágico del hombre griego arcaico.
A este hombre ya le conocemos bien. Sabemos con cierta exactitud, el ambiente que le rodeaba y la naturaleza de su relación con el entorno. Pero lo que aquí pretendemos conocer es el momento de su encuentro con lo divino, ¿cómo surgió y por qué?
Nietzsche concibe este pensamiento mágico como improvisación, en la que el hombre primitivo entiende que: “no es el golpe del remo lo que hace avanzar la nave, sino que remar es sólo una ceremonia mágica, mediante la cual se fuerza a un demonio a hacer avanzar la nave.”[3]
Considera Nietzsche que en el pensamiento del hombre primitivo existe una certeza fundamental en relación con esta dinámica de la relación con la naturaleza, y aún argumenta que falta toda representación de una sucesión natural. Como si el hombre primitivo estuviera tan alejado de los principios de la naturaleza como para no entenderla ni trabajar en armonía con ella. Quizá muchos de los fundamentos de este pensamiento mágico en el hombre primitivo nos parezcan un tanto ingenuos, e incluso, completamente descabellados en relación con la realidad. Pero tenemos que intentar comprender que el abismo que nos separa como mentes analíticas del pensamiento mágico primitivo, descansa sobre cierta sacralización de lo cotidiano; visión para la que nos hallamos actualmente incapacitados. Y por la que tal vez, aquella fuerza que hace avanzar la nave sí tenga algo que ver con nuestra intuición.
Es esta actitud de reverencia y honra frente a su entorno, la naturaleza y el universo que adopta el hombre primitivo, lo que domina su pensamiento mágico al momento del encuentro con lo divino. Dice Nietzsche que el significado de sagrado ya era prohibitivo. Para el griego arcaico el recinto en el que descansaba el ídolo era su casa, lugar inviolable de su culto; es decir, adonde estaba prohibido penetrar. Estos templos se construían específicamente como habitáculo para el ídolo divino, al que encerraban en cámaras secretas o subterráneas. Pero esta práctica sólo revela la consideración y el debido respeto que los helenos demostraban a sus dioses. Nietzsche nos recuerda que “la atención que se prestaba a la defensa de los ídolos protectores contra la violencia o el secuestro clandestino era muy importante”. Y que “un testimonio destacado de la creencia de los helenos en el poder de los ídolos protectores, así como del temor a cometer un sacrilegio contra el santuario estatal de otra tribu, se ponía de manifiesto en el hecho siguiente: el enemigo que entraba como vencedor, antes incluso de atreverse a violar, como soberano, la acrópolis y el santuario de la divinidad protectora, debía obtener la conformidad de ésta para acometer su acción”[4].
Es esta actitud reverente y esta cosmovisión como un espacio sagrado de fuerzas divinas, la que impera en la relación entre el griego arcaico y la divinidad.
Vemos que también se subestima, demasiado a la ligera, la capacidad de observación y deducción del hombre primitivo. ¿Qué certeza poseemos acerca de la posibilidad de que aquellos ritos no sirvieran positivamente, como medios de acercamiento entre los hombres y sus dioses; o en todo caso, como métodos trascendentales de interpretación y reconocimiento de las pautas de la naturaleza? ¿Podríamos afirmar acaso, con total rotundidad, que el éxtasis místico de las ménades en los rituales orgiásticos a Dionisos era un mero ataque de febril embriaguez? O ¿quizá, a través de aquellos métodos rituales, consiguiera la bacante entrar en estados alterados de conciencia; mediante los cuales llegara efectivamente, a establecer algún tipo de contacto con una entidad divina?
Uno de los documentos más conmovedores que he tenido la gran suerte de leer acerca de la conexión con lo divino, lo obtuve del relato de La Gran Visión de Alce Negro. Se trata evidentemente, de un hombre primitivo, en la más completa acepción de la palabra. Es el testimonio de la visión sagrada de un hombre que vivió la guerra de los indios americanos contra la ocupación de sus territorios por parte del hombre blanco. Este hombre manifestó haber experimentado una especie de visión suprema durante un rapto de conciencia; un viaje astral e irracional, una experiencia extracorporal. Para suerte de nuestro tiempo, su testimonio fue recogido por un joven poeta de Nebraska. Así es como lo expresa, con sus propias palabras, para iluminar nuestra conciencia con el atestiguamiento de una posible relación con lo divino: “Estando así vi más de lo que puedo enumerar y entendí más de lo que vi, pues veía de modo sagrado, con el espíritu, las formas de las cosas, y la forma de todas las formas que deben vivir juntas como un solo ser”[5].
En este relato, que merece la pena revisar con atención, observamos cómo se presentan también los arquetipos naturales que corresponden al lenguaje mitológico específico de la cultura de los indios americanos. Y entendemos que de modo singular, se comunica con el espacio divino mediante sus símbolos sagrados, los símbolos que éste primitivo puede comprender con su experiencia; y que realmente, pudo ver la forma de todas las formas como una sola visión.
De nuevo, tiendo a plantearme si ¿acaso, existe en este testimonio, la palabra de un hombre de valor, de un guerrero, algún indicio de delirio o presunta locura? ¿Acaso, hemos de considerar que, con tal de no transgredir los límites de la lógica, toda visión o actitud de reverencia o sacralización hacia la naturaleza o hacia cualquier fenómeno no aprenhensible por la razón científica debería ser, por defecto o por fuerza, una enfermedad o un quebrantamiento de los límites de la cordura?
Todas estas cosas me pregunto, profundamente desconcertada por las posibles respuestas y muy intranquila. Pensando que quizá, nosotros, los seres humanos, a estas alturas y al parecer, ya tan evolucionados y exultantes por nuestro imparable ascenso a la cúspide de la civilización tecnológica, hayamos olvidado por completo nuestros orígenes; y hayamos perdido definitivamente el rastro de las primeras huellas de nuestros antepasados; las que tal vez pudiesen conducirnos al reencuentro con nuestra naturaleza primordial; y de ese modo, con lo sagrado, la divinidad que estaba posiblemente en los orígenes. Como posiblemente esté ahora, tan sólo en nosotros mismos: nuestra actitud y nuestra visión.
Notas:

[1] Nietzsche, El culto griego a los dioses. Aldebarán. Pág. 54
[2] “En lo que se refiere al culto, los dioses lo exigen por ley, y los hombres deben, por ley, cumplirlo; es un asunto de Estado velar por él” Nietzsche El culto griego a los dioses, pág. 128
[3] Nietzsche. Idem. Pag. 58
[4] Nietzsche. Idem pág. 125
[5] La Gran Visión de Alce Negro, recopilada por John Neidhardt.