Se ha convertido en un tema ineludible y de imperativa atención general la reeducación civil en los hábitos de consumo de las energías disponibles para la subsistencia. La concientización en el consumo responsable de los recursos es hoy más que nunca, una obligación moral para con nosotros mismos, tanto como para con la Tierra en que vivimos. Circula por Internet, así como en diversas publicaciones especializadas, información de muy variada procedencia acerca de los nuevos modelos de sustentación medioambiental, reciclaje y reutilización, comercio justo, campañas de desarrollo de los países subdesarrollados, el fenómeno de la globalización y los diversos efectos climáticos producidos por nuestros hábitos de consumo de energía.
Actualmente, existen modelos de energía que respetan el medioambiente, basados en una reorientación de la producción y el consumo de las energías renovables: las placas solares, los molinos de viento, aldeas ecológicas, agricultura y ganadería ecológicas, entre otros.
El crecimiento indefinido de la producción y la riqueza es una evidencia insostenible a largo plazo, sólo posible a costa de la destrucción del medioambiente y el agotamiento de los recursos naturales.
Sabemos que el consumo de productos cárnicos se ha cuadruplicado en los últimos cincuenta años. La producción de monocultivos para la alimentación exclusiva del ganado ha ocasionado la erosión irreversible de los suelos necesarios para el cultivo, y la devastación de extensas áreas selváticas, pantanos y bosques indispensables para el sostenimiento del equilibrio de los ecosistemas de la Tierra. Vastas áreas de territorio salvaje han desaparecido en un tercio de la extensión del planeta, con la consecuente desaparición progresiva de las especies que vivían en estos entornos. La tala y la quema indiscriminadas, así como el consumo del caucho y la madera para la fabricación del papel acaban anualmente, y de forma creciente, con un 20% de los bosques de la Amazonia, el principal pulmón de la Tierra.
Nuestros hábitos de consumo sobre la energía, la emisión de gases tóxicos de efecto invernadero, la energía eléctrica, los productos derivados del petróleo, los materiales no degradables, tales como el PVC, estos y muchos otros factores derivados de nuestro comportamiento consumista destruyen poco a poco, la capa de ozono, son responsables de la destrucción progresiva de entornos naturales como los arrecifes de coral, vitales para que la tierra continúe siendo un planeta respirable; inciden en el calentamiento de las aguas del océano, con el consecuente crecimiento del nivel del mar, y amenazan de forma alarmante, los reductos de especies en peligro de extinción.
A pesar de que existen en muchos países tratados internacionales sobre protección de las especies y restricciones específicas contra la caza indiscriminada de ballenas jorobadas, delfines calderones, peces pequeños, focas, osos, rinocerontes, gorilas, y un largo etc., países como Japón, Dinamarca, el Congo, Nigeria, entre muchos otros, continúan la pesca y caza indiscriminadas de estas y otras especies en peligro de extinción.
El tema de la globalización resulta un aspecto en extremo complejo como para poder resumirlo en este artículo, no obstante juega un rol fundamental en el orden de los acontecimientos actuales. Desde una perspectiva global, el fenómeno de la globalización se ha producido en gran medida, como un efecto de resonancia de las políticas económicas capitalistas, consumistas y de búsqueda del beneficio de los países del núcleo, hacia las esferas de los países del Segundo y del Tercer mundo. Especialmente, en esta última esfera, el fenómeno de la globalización ha causado un impacto de consecuencias indeseables no sólo a nivel cultural, social o económico, sino también, y de manera alarmante, a nivel de los ecosistemas.
Una de las consecuencias más acusadas del impacto de la globalización sobre el ecosistema y la economía de los países en vías de desarrollo se centra en el nivel de la producción en relación con el nivel de vida de los habitantes del Tercer mundo. No es un secreto que la demanda de la producción proveniente del Tercer mundo recae en su mayor parte, hacia los países del núcleo; esto significa que países como Madagascar, Tanzania, Kenia o Nigeria se han visto obligados a la explotación creciente de sus recursos y la utilización de mano de obra barata para satisfacer las necesidades de muchas sociedades de occidente, como Inglaterra, Francia o Estados Unidos.
Las condiciones de la explotación de seres humanos como mano de obra barata han traído innumerables consecuencias socio-económicas en países como China, Indonesia, India, México, y gran parte de los países de Europa del Este. El resultado más resaltante de este proceso de globalización es que durante la mitad del siglo pasado hasta hoy, y en tendencia creciente, el 80% de los recursos y de la energía que se consume en el mundo entero va destinada exclusivamente, al consumo del 20% de la población mundial. Esto significa que más del 70% de la población mundial carece de muchos o casi todos los medios necesarios para la subsistencia, como el agua potable, o tierras cultivables para producir alimentos; en tanto que ciudades como Tokio, las Vegas, París o Londres consumen sin interrupción, recursos acuíferos, hidroeléctricos, minerales, gaseosos, animales y materia primas que provienen de muchos de estos países del Tercer mundo; con el consenso de los gobiernos que promueven planes de explotación o desarrollo arbitrarios, que no tienen en cuenta las consecuencias a nivel medioambiental, económico o social para las comunidades locales.
Otra de las consecuencias de este efecto de resonancia de la globalización recae sobre las grandes multinacionales que monopolizan la actividad económica de los principales mercados internacionales, reduciendo de manera considerable las expectativas de subsistencia para las economías locales en los países de Latinoamérica, África y Asia. El monopolio de los mercados en estos países, ha desarticulado las economías locales, ha reducido considerablemente las posibilidades de empleo, ha empobrecido el nivel de la educación, la sanidad, las tasas de natalidad, las expectativas de vida; ha contribuido al abandono de la tierra, creando como consecuencia, un flujo creciente de emigración a las ciudades, que a su vez origina la sobrepoblación, y una demanda creciente de recursos y mano de obra no cualificada y mal remunerada, entre muchas otras consecuencias indeseables.
La desarticulación de las economías tradicionales de las sociedades del Tercer mundo promovidas por la globalización del comercio capitalista y consumista, ha abierto más aún la brecha que separa al hombre de la producción; conlleva a una alienación del trabajador como un instrumento más del aparato del Estado, promoviendo en ocasiones, la indefensión legal frente al sistema o la esclavitud. Ha acentuado la estratificación social o la ha llevado a sociedades donde apenas existía la diferencia de clases, basada en el acceso a los recursos. Esta discriminación creciente conlleva a la segregación, la oposición y la guerra; y ésta última, consume la mayor parte de los recursos de la tierra, el agua, los campos y los seres humanos.
El tema de la globalización se podría resumir diciendo, que es hija del capitalismo neoliberal y del consumismo, que tiene sus antecedentes en la colonización del Nuevo Mundo, cuando la “carga del hombre blanco” dio paso a la codicia inescrupulosa por el dominio de las creencias, de la cultura, de la ideología, de la riqueza y de la energía en el mundo; desplazando así, no sólo los derechos del hombre sobre la tierra, o los de los animales, los árboles, el agua, los elementos y toda la naturaleza, sino también, el derecho fundamental del hombre a una vida digna. Sólo porque unos pocos exigen tener siempre más, la gran mayoría debe perder incluso, su derecho a la subsistencia.
Este actual estado de cosas resulta insostenible porque es materialmente imposible continuar consumiendo en la misma medida, sin que se produzca un cataclismo de dimensiones geológicas, que ya se han encargado de pronosticarnos con suficiente antelación y datos reveladores, los ecologistas, biólogos, antropólogos, médicos, geógrafos, agricultores, o artistas del mundo entero.
No podemos continuar dejando la decisión exclusivamente, en manos de aquellos que ostentan el poder. Hemos de tomar la responsabilidad por las consecuencias de nuestras acciones directas sobre nuestro entorno. Consumir de manera responsable es nuestra opción fundamental. Hacernos concientes de que la producción masiva no sólo está acabando con nuestros recursos, sino también, y de manera tajante, con nuestras propias esperanzas de vida. Es necesario que nos planteemos el papel que queremos jugar ante esta perspectiva de futuro. Para hacer una verdadera aportación a la recuperación del planeta no basta con las limosnas de los proyectos de desarrollo implementados maquinalmente por las grandes instituciones como el Banco Mundial; que no tienen en cuenta las verdaderas necesidades de la población en las zonas afectadas, ni las consecuencias reales de la implementación de sus políticas.
Existen estrategias de recuperación del medioambiente y de la economía que ya se han puesto en marcha en diversos países. Un número cada vez mayor de organizaciones sin fines de lucro están implicadas en campañas de formación, orientación y producción ecológicas. Grupos de profesionales del campo de la antropología, la medicina, el agro, o la ganadería ya están trabajando en el restablecimiento de las economías locales de países como Burkina Faso, Guatemala, India, Perú, Nepal o Nigeria. Países como Costa Rica son un ejemplo mundial de responsabilidad social en la conservación de recursos y medioambiente. En Alemania, una de las primeras eco-aldeas del mundo, ubicada en Steyerberg, en la Baja Sajonia, en la Alemania oriental, lleva trabajando casi un cuarto de siglo con proyectos sobre energía solar, reducción de recursos no renovables y reconstrucción de edificios mediante la arquitectura ecológica. España, Francia, Holanda y Dinamarca están a la vanguardia de la utilización de la energía eólica.
Las campañas de sensibilización para prevención y reciclaje y los mercados de intercambios han comenzado a dar sus frutos en países como España, México, El Salvador o Chile, donde la producción de papel reciclado produce doscientas mil toneladas anuales de papel, que se destina al cartón de embalaje, papel de imprenta o pañuelos desechables. La medicina alternativa, la fitoterapia, la homeopatía, la acupuntura y la medicina ayurvédica, entre otras, están haciendo un considerable aporte en la preservación de los recursos de la tierra y en la disminución de sustancias químicas y tóxicas, y constituyen una alternativa de creciente demanda, a pesar de la presión considerable que ejerce el monopolio de las grandes empresas de fármacos en el mundo. La reeducación de la población en los hábitos sanitarios, así como una información coherente y concienzuda sobre el verdadero potencial de autocuración del cuerpo humano, en armonía con un entorno saludable, son programas puntuales de gremios especializados como la Medicina Tradicional China o la Nueva Medicina Germánica del Dr. Hammer; quien, a pesar de sus muchos detractores en sectores de presión y poder social en Alemania, cuenta con casos verídicos de curaciones a través de sus métodos científicamente probados, en todo el mundo.
La otra cara de la moneda en lo relativo a la movilización de la conciencia social, tiene un aspecto marcadamente práctico, tiene que ver directamente con el beneficio de la producción y con dos preguntas cruciales en el replanteamiento de las políticas económicas de las sociedades modernas. ¿Hasta qué punto es conveniente mantener una producción masiva? Y ¿qué ventajas ofrece en este replanteamiento de las políticas económicas, en lo relativo al beneficio, la producción para el autoabastecimiento? Si producimos básicamente lo que necesitamos consumir y en la misma medina, nos ocupamos de mantener las condiciones para favorecer la renovación de los recursos, las probabilidades de un sostenimiento equilibrado son mayores. Pero este nuevo enfoque de la producción requiere una profunda evaluación en sus implicaciones sociales y culturales, además de las económicas.
Una economía autosostenible, requiere políticas económicas consecuentes con una visión revolucionaria de la idea de mercado. Éste ya no estaría orientado hacia la producción exclusiva de beneficio, como la idea tradicional capitalista de los mercados neoliberales de libre competencia y no regulados, que enriquecen indefinidamente las sociedades de los países del núcleo; cuyos principales inconvenientes sociales ya no tienen relación con la subsistencia, sino con problemas de salud como la obesidad, el cáncer o el suicidio. La evaluación de las actuales políticas económicas pasa también por la evaluación de sus resultados en otros aspectos de la vida social, derivados de su aplicación. Y es evidente para los sociólogos, los psicólogos sociales y antropólogos que la aplicación continua de la política económica capitalista ha traído consigo consecuencias indeseables también, para las sociedades modernas del núcleo en occidente.
Esta evaluación requiere no sólo la concientización, la información adecuada y el compromiso activo, además de la formación necesaria para abordar proyectos económicos consecuentes con las diversas realidades culturales, sociales, económicas y ecológicas de las distintas sociedades y hábitats del mundo. Implica además, una capacidad personal de autorregulación sostenida, necesaria para sustraerse a los poderosos influjos de las fuerzas e instituciones sociales que continúan llevando el control de las políticas económicas internacionales hacia una tendencia capitalista y de logro del beneficio, y que hacen uso de estrategias y herramientas de mercadeo, persuasión y manipulación sutil que promueven deliberadamente en las mentes adormecidas del ciudadano de a pie ese antinatural comportamiento consumista y destructivo.
Pareciera un trabajo más sencillo mantenerse en guardia contra este tipo de dominio ideológico y sin embargo, resulta en sí mismo un esfuerzo titánico, porque supone básicamente, desmontar las mismas raíces del entramado sobre el cual se erige el Moderno Sistema Mundial. Puede convertirse -y de hecho, lo es-, en un acto subversivo contra los poderes de la cultura, la política, la filosofía y la economía de occidente. Acto contra el cual el sistema reacciona constantemente, mediante la manipulación de la información, el capital, las emociones y las ideologías; y a veces, mediante el uso de la fuerza, con tal de justificar y mantener a toda costa, su hegemonía.
No obstante, la movilización de la concienciación colectiva está en proceso; diversos colectivos, filósofos, científicos, artísticos, religiosos, civiles, regionales e internacionales utilizan todos los medios a su alcance para identificar, abordar y transformar los sectores y las políticas que contribuyen a la desinformación, el deterioro de la calidad de vida y el agotamiento de los recursos. La prensa, el cine, la televisión, el arte colaboran en la expansión de estos proyectos de reeducación y difusión de la información fidedigna, sobre avances científicos, capacitación en las nuevas tecnologías que respetan el medioambiente, el aprovechamiento de los recursos naturales y el potencial humano. La información y los medios están disponibles, se han emprendido numerosas acciones legales a lo largo de los últimos quince años, en distintos países, de rango local e internacional; la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro en el año 1992, sentó precedente para acciones globales como el acuerdo de Kyoto, que reunió a los países industriales del núcleo con el propósito de reducir en un 5% la emisión de los gases contaminantes responsables del efecto del calentamiento global. Todavía no nos hemos acercado a la meta inicial, pero la alerta de las industrias está en marcha y las acciones legales son recurrentes.
La economía mundial se encuentra actualmente en período de recesión. Sin que esto llame a sorpresa, economistas, politólogos, sociólogos y otros representantes de la maquinaria del poder continúan vendiendo a través de los medios de masas, la ideología capitalista del consumismo creando alarma social, mediante la persuasión sutil y la terminología de crisis, del mismo modo en que dieron cuenta del relato del desarrollo durante las décadas de los años 50 y 60 del siglo XX. El aparato del sistema continúa movilizando sus hilos de manipulación de las ideologías, conminando a la alarma social, por la urgencia de producción y capital para cubrir las deudas internacionales y el déficit presupuestario, arrojan datos equívocos sobre capital fluctuante e inversiones ficticias, de la misma manera en que crearon la volatilización del capital durante la Depresión de los años 30. Esta crisis planificada en los entornos bursátiles de Wall Street ha hecho desaparecer mágicamente el capital de la esfera del planeta, ha transformado supuestos negocios altamente rentables, como la edificación indefinida del terreno y las hipotecas de interés variable en fantasmas insaciables y ha arrojado al desempleo a 6,7 millones de personas sólo en Estados Unidos.
Pero el incauto ciudadano de a pie continúa escuchando el relato de la maquinaria del sistema. Aún a despecho de que las medidas de reajuste económico se refieren en exclusiva a su bolsillo y continúan otorgando subvenciones y ayudas a las entidades bancarias y financieras responsables de la supuesta crisis económica.
Ante tal estado de cosas pareciera realmente imperiosa la creación de nuevas fuentes de empleo, una vez más, con el urgente propósito de cubrir el déficit público. Pero por si todavía no nos hemos dado cuenta de la eficiencia de la estrategia de desinformación y manipulación ideológica, nosotros mismos estamos convencidos de que duplicar la producción es la única solución posible a la actual crisis económica mundial. Las grandes multinacionales se ven “obligadas” a reducir los salarios, los puestos de trabajo y aumentar las jornadas laborales. Todo este relato con iniciales mayúsculas, nos llega de forma impactante a nuestros oídos y debido al tumulto que origina en nuestras emociones vapuleadas en lo más íntimo de su fibra, por cuestiones de supervivencia natural, ignoramos su verdadero sentido, las creemos y lo que es más lamentable aún, las promovemos con nuestro comportamiento irracional. Competimos de manera deshonesta y disparatada por engrosar las exiguas filas de obreros de las grandes empresas, reducimos nuestros gastos de educación y sanidad y los de nuestros hijos, pero continuamos pagando tributos e impuestos que van principalmente, destinados a planes militares y de armamento.
Esta colosal incongruencia entre nuestras necesidades vitales y nuestra respuesta como individuos escinde, todavía más, la unidad saludable y necesaria de la vida psíquica e interior del ser humano y nos convierte continuamente, en elementos maleables y fácilmente influenciables para los propósitos de enriquecimiento y el beneficio de las élites.
La toma de conciencia es un derecho inalienable y un acto de protección de la vida. Pero la conciencia sin acción es de todos modos, estéril y sólo conduce a la frustración y la decadencia. La acción se promueve desde dentro del individuo, su participación activa en el desarrollo de la vida social es indispensable. La creación de empleos para el sostenimiento de la economía es sin duda, de vital importancia, pero su orientación tendría que formar parte de esa necesaria acción conciente, del individuo capaz de autogestionar, improvisar, desarrollar e implementar nuevas actividades de producción, coherentes con sus verdaderas necesidades y capacidades y en armonía con el entorno.
Así pues, lo que demanda esa nueva conciencia social, no es el aumento de la producción tanto como la producción autosuficiente; no es la duplicación de las jornadas de trabajo, tanto como su reducción, consecuente con las condiciones reales de los recursos disponibles y las exigencias vitales de salud, educación, vivienda y los suministros indispensables para la sustentación de la vida. El nuevo enfoque del trabajo demanda un distanciamiento de la maquinaria de producción en serie, de las fábricas y las industrias y las grandes multinacionales con orientación hacia el beneficio, que han roto el vínculo fundamental del hombre con su trabajo. Ese nuevo enfoque demanda una aproximación al trabajo como una obra de beneficios comunes más que individuales; como una obra de la expresión creativa, más que como una pieza en serie; que estimule la artesanía, el sentido lúdico y el arte. Cooperativas que reúnan a los gremios de especialistas y artesanos que les permitan establecer y desarrollar sus propios medios y regulaciones y colaborar entre sí para fomentar nuevas formas de mercado equitativo.
Utopía es el nombre que viene a la mente de aquellos, quienes todavía se encuentran en el umbral de la desinformación y el desconocimiento de que todas estas y muchas otras nuevas acciones sociales ya son un hecho y están en marcha, ahora.
Sólo nos queda la responsabilidad moral como única opción para seguir ese camino de Utopía, pero es una opción que, al fin y al cabo, sólo podemos tomar por nosotros mismos.
Actualmente, existen modelos de energía que respetan el medioambiente, basados en una reorientación de la producción y el consumo de las energías renovables: las placas solares, los molinos de viento, aldeas ecológicas, agricultura y ganadería ecológicas, entre otros.
El crecimiento indefinido de la producción y la riqueza es una evidencia insostenible a largo plazo, sólo posible a costa de la destrucción del medioambiente y el agotamiento de los recursos naturales.
Sabemos que el consumo de productos cárnicos se ha cuadruplicado en los últimos cincuenta años. La producción de monocultivos para la alimentación exclusiva del ganado ha ocasionado la erosión irreversible de los suelos necesarios para el cultivo, y la devastación de extensas áreas selváticas, pantanos y bosques indispensables para el sostenimiento del equilibrio de los ecosistemas de la Tierra. Vastas áreas de territorio salvaje han desaparecido en un tercio de la extensión del planeta, con la consecuente desaparición progresiva de las especies que vivían en estos entornos. La tala y la quema indiscriminadas, así como el consumo del caucho y la madera para la fabricación del papel acaban anualmente, y de forma creciente, con un 20% de los bosques de la Amazonia, el principal pulmón de la Tierra.
Nuestros hábitos de consumo sobre la energía, la emisión de gases tóxicos de efecto invernadero, la energía eléctrica, los productos derivados del petróleo, los materiales no degradables, tales como el PVC, estos y muchos otros factores derivados de nuestro comportamiento consumista destruyen poco a poco, la capa de ozono, son responsables de la destrucción progresiva de entornos naturales como los arrecifes de coral, vitales para que la tierra continúe siendo un planeta respirable; inciden en el calentamiento de las aguas del océano, con el consecuente crecimiento del nivel del mar, y amenazan de forma alarmante, los reductos de especies en peligro de extinción.
A pesar de que existen en muchos países tratados internacionales sobre protección de las especies y restricciones específicas contra la caza indiscriminada de ballenas jorobadas, delfines calderones, peces pequeños, focas, osos, rinocerontes, gorilas, y un largo etc., países como Japón, Dinamarca, el Congo, Nigeria, entre muchos otros, continúan la pesca y caza indiscriminadas de estas y otras especies en peligro de extinción.
El tema de la globalización resulta un aspecto en extremo complejo como para poder resumirlo en este artículo, no obstante juega un rol fundamental en el orden de los acontecimientos actuales. Desde una perspectiva global, el fenómeno de la globalización se ha producido en gran medida, como un efecto de resonancia de las políticas económicas capitalistas, consumistas y de búsqueda del beneficio de los países del núcleo, hacia las esferas de los países del Segundo y del Tercer mundo. Especialmente, en esta última esfera, el fenómeno de la globalización ha causado un impacto de consecuencias indeseables no sólo a nivel cultural, social o económico, sino también, y de manera alarmante, a nivel de los ecosistemas.
Una de las consecuencias más acusadas del impacto de la globalización sobre el ecosistema y la economía de los países en vías de desarrollo se centra en el nivel de la producción en relación con el nivel de vida de los habitantes del Tercer mundo. No es un secreto que la demanda de la producción proveniente del Tercer mundo recae en su mayor parte, hacia los países del núcleo; esto significa que países como Madagascar, Tanzania, Kenia o Nigeria se han visto obligados a la explotación creciente de sus recursos y la utilización de mano de obra barata para satisfacer las necesidades de muchas sociedades de occidente, como Inglaterra, Francia o Estados Unidos.
Las condiciones de la explotación de seres humanos como mano de obra barata han traído innumerables consecuencias socio-económicas en países como China, Indonesia, India, México, y gran parte de los países de Europa del Este. El resultado más resaltante de este proceso de globalización es que durante la mitad del siglo pasado hasta hoy, y en tendencia creciente, el 80% de los recursos y de la energía que se consume en el mundo entero va destinada exclusivamente, al consumo del 20% de la población mundial. Esto significa que más del 70% de la población mundial carece de muchos o casi todos los medios necesarios para la subsistencia, como el agua potable, o tierras cultivables para producir alimentos; en tanto que ciudades como Tokio, las Vegas, París o Londres consumen sin interrupción, recursos acuíferos, hidroeléctricos, minerales, gaseosos, animales y materia primas que provienen de muchos de estos países del Tercer mundo; con el consenso de los gobiernos que promueven planes de explotación o desarrollo arbitrarios, que no tienen en cuenta las consecuencias a nivel medioambiental, económico o social para las comunidades locales.
Otra de las consecuencias de este efecto de resonancia de la globalización recae sobre las grandes multinacionales que monopolizan la actividad económica de los principales mercados internacionales, reduciendo de manera considerable las expectativas de subsistencia para las economías locales en los países de Latinoamérica, África y Asia. El monopolio de los mercados en estos países, ha desarticulado las economías locales, ha reducido considerablemente las posibilidades de empleo, ha empobrecido el nivel de la educación, la sanidad, las tasas de natalidad, las expectativas de vida; ha contribuido al abandono de la tierra, creando como consecuencia, un flujo creciente de emigración a las ciudades, que a su vez origina la sobrepoblación, y una demanda creciente de recursos y mano de obra no cualificada y mal remunerada, entre muchas otras consecuencias indeseables.
La desarticulación de las economías tradicionales de las sociedades del Tercer mundo promovidas por la globalización del comercio capitalista y consumista, ha abierto más aún la brecha que separa al hombre de la producción; conlleva a una alienación del trabajador como un instrumento más del aparato del Estado, promoviendo en ocasiones, la indefensión legal frente al sistema o la esclavitud. Ha acentuado la estratificación social o la ha llevado a sociedades donde apenas existía la diferencia de clases, basada en el acceso a los recursos. Esta discriminación creciente conlleva a la segregación, la oposición y la guerra; y ésta última, consume la mayor parte de los recursos de la tierra, el agua, los campos y los seres humanos.
El tema de la globalización se podría resumir diciendo, que es hija del capitalismo neoliberal y del consumismo, que tiene sus antecedentes en la colonización del Nuevo Mundo, cuando la “carga del hombre blanco” dio paso a la codicia inescrupulosa por el dominio de las creencias, de la cultura, de la ideología, de la riqueza y de la energía en el mundo; desplazando así, no sólo los derechos del hombre sobre la tierra, o los de los animales, los árboles, el agua, los elementos y toda la naturaleza, sino también, el derecho fundamental del hombre a una vida digna. Sólo porque unos pocos exigen tener siempre más, la gran mayoría debe perder incluso, su derecho a la subsistencia.
Este actual estado de cosas resulta insostenible porque es materialmente imposible continuar consumiendo en la misma medida, sin que se produzca un cataclismo de dimensiones geológicas, que ya se han encargado de pronosticarnos con suficiente antelación y datos reveladores, los ecologistas, biólogos, antropólogos, médicos, geógrafos, agricultores, o artistas del mundo entero.
No podemos continuar dejando la decisión exclusivamente, en manos de aquellos que ostentan el poder. Hemos de tomar la responsabilidad por las consecuencias de nuestras acciones directas sobre nuestro entorno. Consumir de manera responsable es nuestra opción fundamental. Hacernos concientes de que la producción masiva no sólo está acabando con nuestros recursos, sino también, y de manera tajante, con nuestras propias esperanzas de vida. Es necesario que nos planteemos el papel que queremos jugar ante esta perspectiva de futuro. Para hacer una verdadera aportación a la recuperación del planeta no basta con las limosnas de los proyectos de desarrollo implementados maquinalmente por las grandes instituciones como el Banco Mundial; que no tienen en cuenta las verdaderas necesidades de la población en las zonas afectadas, ni las consecuencias reales de la implementación de sus políticas.
Existen estrategias de recuperación del medioambiente y de la economía que ya se han puesto en marcha en diversos países. Un número cada vez mayor de organizaciones sin fines de lucro están implicadas en campañas de formación, orientación y producción ecológicas. Grupos de profesionales del campo de la antropología, la medicina, el agro, o la ganadería ya están trabajando en el restablecimiento de las economías locales de países como Burkina Faso, Guatemala, India, Perú, Nepal o Nigeria. Países como Costa Rica son un ejemplo mundial de responsabilidad social en la conservación de recursos y medioambiente. En Alemania, una de las primeras eco-aldeas del mundo, ubicada en Steyerberg, en la Baja Sajonia, en la Alemania oriental, lleva trabajando casi un cuarto de siglo con proyectos sobre energía solar, reducción de recursos no renovables y reconstrucción de edificios mediante la arquitectura ecológica. España, Francia, Holanda y Dinamarca están a la vanguardia de la utilización de la energía eólica.
Las campañas de sensibilización para prevención y reciclaje y los mercados de intercambios han comenzado a dar sus frutos en países como España, México, El Salvador o Chile, donde la producción de papel reciclado produce doscientas mil toneladas anuales de papel, que se destina al cartón de embalaje, papel de imprenta o pañuelos desechables. La medicina alternativa, la fitoterapia, la homeopatía, la acupuntura y la medicina ayurvédica, entre otras, están haciendo un considerable aporte en la preservación de los recursos de la tierra y en la disminución de sustancias químicas y tóxicas, y constituyen una alternativa de creciente demanda, a pesar de la presión considerable que ejerce el monopolio de las grandes empresas de fármacos en el mundo. La reeducación de la población en los hábitos sanitarios, así como una información coherente y concienzuda sobre el verdadero potencial de autocuración del cuerpo humano, en armonía con un entorno saludable, son programas puntuales de gremios especializados como la Medicina Tradicional China o la Nueva Medicina Germánica del Dr. Hammer; quien, a pesar de sus muchos detractores en sectores de presión y poder social en Alemania, cuenta con casos verídicos de curaciones a través de sus métodos científicamente probados, en todo el mundo.
La otra cara de la moneda en lo relativo a la movilización de la conciencia social, tiene un aspecto marcadamente práctico, tiene que ver directamente con el beneficio de la producción y con dos preguntas cruciales en el replanteamiento de las políticas económicas de las sociedades modernas. ¿Hasta qué punto es conveniente mantener una producción masiva? Y ¿qué ventajas ofrece en este replanteamiento de las políticas económicas, en lo relativo al beneficio, la producción para el autoabastecimiento? Si producimos básicamente lo que necesitamos consumir y en la misma medina, nos ocupamos de mantener las condiciones para favorecer la renovación de los recursos, las probabilidades de un sostenimiento equilibrado son mayores. Pero este nuevo enfoque de la producción requiere una profunda evaluación en sus implicaciones sociales y culturales, además de las económicas.
Una economía autosostenible, requiere políticas económicas consecuentes con una visión revolucionaria de la idea de mercado. Éste ya no estaría orientado hacia la producción exclusiva de beneficio, como la idea tradicional capitalista de los mercados neoliberales de libre competencia y no regulados, que enriquecen indefinidamente las sociedades de los países del núcleo; cuyos principales inconvenientes sociales ya no tienen relación con la subsistencia, sino con problemas de salud como la obesidad, el cáncer o el suicidio. La evaluación de las actuales políticas económicas pasa también por la evaluación de sus resultados en otros aspectos de la vida social, derivados de su aplicación. Y es evidente para los sociólogos, los psicólogos sociales y antropólogos que la aplicación continua de la política económica capitalista ha traído consigo consecuencias indeseables también, para las sociedades modernas del núcleo en occidente.
Esta evaluación requiere no sólo la concientización, la información adecuada y el compromiso activo, además de la formación necesaria para abordar proyectos económicos consecuentes con las diversas realidades culturales, sociales, económicas y ecológicas de las distintas sociedades y hábitats del mundo. Implica además, una capacidad personal de autorregulación sostenida, necesaria para sustraerse a los poderosos influjos de las fuerzas e instituciones sociales que continúan llevando el control de las políticas económicas internacionales hacia una tendencia capitalista y de logro del beneficio, y que hacen uso de estrategias y herramientas de mercadeo, persuasión y manipulación sutil que promueven deliberadamente en las mentes adormecidas del ciudadano de a pie ese antinatural comportamiento consumista y destructivo.
Pareciera un trabajo más sencillo mantenerse en guardia contra este tipo de dominio ideológico y sin embargo, resulta en sí mismo un esfuerzo titánico, porque supone básicamente, desmontar las mismas raíces del entramado sobre el cual se erige el Moderno Sistema Mundial. Puede convertirse -y de hecho, lo es-, en un acto subversivo contra los poderes de la cultura, la política, la filosofía y la economía de occidente. Acto contra el cual el sistema reacciona constantemente, mediante la manipulación de la información, el capital, las emociones y las ideologías; y a veces, mediante el uso de la fuerza, con tal de justificar y mantener a toda costa, su hegemonía.
No obstante, la movilización de la concienciación colectiva está en proceso; diversos colectivos, filósofos, científicos, artísticos, religiosos, civiles, regionales e internacionales utilizan todos los medios a su alcance para identificar, abordar y transformar los sectores y las políticas que contribuyen a la desinformación, el deterioro de la calidad de vida y el agotamiento de los recursos. La prensa, el cine, la televisión, el arte colaboran en la expansión de estos proyectos de reeducación y difusión de la información fidedigna, sobre avances científicos, capacitación en las nuevas tecnologías que respetan el medioambiente, el aprovechamiento de los recursos naturales y el potencial humano. La información y los medios están disponibles, se han emprendido numerosas acciones legales a lo largo de los últimos quince años, en distintos países, de rango local e internacional; la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro en el año 1992, sentó precedente para acciones globales como el acuerdo de Kyoto, que reunió a los países industriales del núcleo con el propósito de reducir en un 5% la emisión de los gases contaminantes responsables del efecto del calentamiento global. Todavía no nos hemos acercado a la meta inicial, pero la alerta de las industrias está en marcha y las acciones legales son recurrentes.
La economía mundial se encuentra actualmente en período de recesión. Sin que esto llame a sorpresa, economistas, politólogos, sociólogos y otros representantes de la maquinaria del poder continúan vendiendo a través de los medios de masas, la ideología capitalista del consumismo creando alarma social, mediante la persuasión sutil y la terminología de crisis, del mismo modo en que dieron cuenta del relato del desarrollo durante las décadas de los años 50 y 60 del siglo XX. El aparato del sistema continúa movilizando sus hilos de manipulación de las ideologías, conminando a la alarma social, por la urgencia de producción y capital para cubrir las deudas internacionales y el déficit presupuestario, arrojan datos equívocos sobre capital fluctuante e inversiones ficticias, de la misma manera en que crearon la volatilización del capital durante la Depresión de los años 30. Esta crisis planificada en los entornos bursátiles de Wall Street ha hecho desaparecer mágicamente el capital de la esfera del planeta, ha transformado supuestos negocios altamente rentables, como la edificación indefinida del terreno y las hipotecas de interés variable en fantasmas insaciables y ha arrojado al desempleo a 6,7 millones de personas sólo en Estados Unidos.
Pero el incauto ciudadano de a pie continúa escuchando el relato de la maquinaria del sistema. Aún a despecho de que las medidas de reajuste económico se refieren en exclusiva a su bolsillo y continúan otorgando subvenciones y ayudas a las entidades bancarias y financieras responsables de la supuesta crisis económica.
Ante tal estado de cosas pareciera realmente imperiosa la creación de nuevas fuentes de empleo, una vez más, con el urgente propósito de cubrir el déficit público. Pero por si todavía no nos hemos dado cuenta de la eficiencia de la estrategia de desinformación y manipulación ideológica, nosotros mismos estamos convencidos de que duplicar la producción es la única solución posible a la actual crisis económica mundial. Las grandes multinacionales se ven “obligadas” a reducir los salarios, los puestos de trabajo y aumentar las jornadas laborales. Todo este relato con iniciales mayúsculas, nos llega de forma impactante a nuestros oídos y debido al tumulto que origina en nuestras emociones vapuleadas en lo más íntimo de su fibra, por cuestiones de supervivencia natural, ignoramos su verdadero sentido, las creemos y lo que es más lamentable aún, las promovemos con nuestro comportamiento irracional. Competimos de manera deshonesta y disparatada por engrosar las exiguas filas de obreros de las grandes empresas, reducimos nuestros gastos de educación y sanidad y los de nuestros hijos, pero continuamos pagando tributos e impuestos que van principalmente, destinados a planes militares y de armamento.
Esta colosal incongruencia entre nuestras necesidades vitales y nuestra respuesta como individuos escinde, todavía más, la unidad saludable y necesaria de la vida psíquica e interior del ser humano y nos convierte continuamente, en elementos maleables y fácilmente influenciables para los propósitos de enriquecimiento y el beneficio de las élites.
La toma de conciencia es un derecho inalienable y un acto de protección de la vida. Pero la conciencia sin acción es de todos modos, estéril y sólo conduce a la frustración y la decadencia. La acción se promueve desde dentro del individuo, su participación activa en el desarrollo de la vida social es indispensable. La creación de empleos para el sostenimiento de la economía es sin duda, de vital importancia, pero su orientación tendría que formar parte de esa necesaria acción conciente, del individuo capaz de autogestionar, improvisar, desarrollar e implementar nuevas actividades de producción, coherentes con sus verdaderas necesidades y capacidades y en armonía con el entorno.
Así pues, lo que demanda esa nueva conciencia social, no es el aumento de la producción tanto como la producción autosuficiente; no es la duplicación de las jornadas de trabajo, tanto como su reducción, consecuente con las condiciones reales de los recursos disponibles y las exigencias vitales de salud, educación, vivienda y los suministros indispensables para la sustentación de la vida. El nuevo enfoque del trabajo demanda un distanciamiento de la maquinaria de producción en serie, de las fábricas y las industrias y las grandes multinacionales con orientación hacia el beneficio, que han roto el vínculo fundamental del hombre con su trabajo. Ese nuevo enfoque demanda una aproximación al trabajo como una obra de beneficios comunes más que individuales; como una obra de la expresión creativa, más que como una pieza en serie; que estimule la artesanía, el sentido lúdico y el arte. Cooperativas que reúnan a los gremios de especialistas y artesanos que les permitan establecer y desarrollar sus propios medios y regulaciones y colaborar entre sí para fomentar nuevas formas de mercado equitativo.
Utopía es el nombre que viene a la mente de aquellos, quienes todavía se encuentran en el umbral de la desinformación y el desconocimiento de que todas estas y muchas otras nuevas acciones sociales ya son un hecho y están en marcha, ahora.
Sólo nos queda la responsabilidad moral como única opción para seguir ese camino de Utopía, pero es una opción que, al fin y al cabo, sólo podemos tomar por nosotros mismos.
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