Recordemos que nadie puede andar nuestro propio camino.
domingo, mayo 14, 2006
EL RENACIMIENTO DE LA TRAGEDIA - APUNTES ACERCA DE “EL NACIMIENTO DE LA TRAGEDIA” DE NIETZSCHE.-
Recordemos que nadie puede andar nuestro propio camino.
jueves, abril 13, 2006
POEMA
Escucho los buenos consejos y las razones sensatas, pero mi cabeza engulle las palabras tan pronto entran en ella.
Tengo un daimon, un genio advenedizo y peligroso rondando mi alcoba día y noche. Le descubrí, jugaba conmigo, pero ahora juega a través de mí.
Es un forastero en mi mente, pero no en mi cama. Tiene cuernos tan grandes como ramas y velludas patas de cabra.
Antes venía a retozar a mi lado y aullaba como los lobos bajo la luna llena. Yo sonreía incrédula, estaba hechizada.
Ahora es suave y transparente, está pegado a mis contornos como una sombra. No me suelta, no me dejará!Miedo me daba entonces pero ahora temo por los otros, que entran en su oscura cueva creyendo seguir a una Ninfa
En este vaso cerámico de figuras rojas podemos apreciar un sátiro que baila al son de una música frenética en uno de los ritos dionisíacos, en los que los participantes danzaban y bebían hasta degenerar en auténticas orgías
QUIEN ES EROS
De acuerdo con los mitos griegos, encontramos por primera vez a Eros en el mito de la creación según Hesíodo: “En el principio era el Caos... luego, apareció Gea, la tierra... y finalmente, Eros, <
[2] “It produces in later life such an erotic phenomenon of food sharing… the ritual of communion… it’s understood that ones does not share food with one’s enemies… it is partaken only with those for whom one feels a certain bonding”. Jung to live by. The opposite sex inside and out.
[3] La Diosa Madre Solar a la que invocaban nuestros ancestros en busca de auxilio y protección. La diosa que dio nombre a los remotísimos Celtíberos, antepasados de los Moritanos. -El Arka de Noé. –Rivero San José.
[4] En la joven que se hace mujer se produce un cambio que es algo sagrado, pues a partir de ese instante, ella se asemeja a la Madre Tierra. -Magda Catalá. -Reflexiones desde un Cuerpo de Mujer, pag. 85.
[5] “If we do not allow her to express through us the Eros Principle of instinctual friendliness, bonding and oneness… she manifests in our psyches with a vengeance and compulsive… materialism.. which is a display of how much Logos power we can wield”. Jung to live by- The opposite sex inside and out.
[6] Ídem.
[7] Magda Catalá, Reflexiones desde un Cuerpo de Mujer. Pag.58
[8] “Reflexiones desde un cuerpo de Mujer”. –Magda Catalá, pag. 94, La Madre Carne.
lunes, marzo 13, 2006
MEMORIAS DE GRECIA
Los instintos apolíneo y dionisiaco, presentes en el arte y la vida religiosa griega son, en principio, una antítesis que se reconcilia sólo a partir de la tragedia ática. En el momento del florecimiento de la voluntad helénica aparecen fundidos para engendrar en común la obra de arte de la tragedia griega[2].
Opone el sueño a la embriaguez, como ejemplo de esta antítesis; y que, según Lucrecio, en su “Naturaleza de las cosas”, fue en el sueño donde por primera vez se manifestaron ante los hombres las espléndidas figuras de los dioses”. En Nietzsche lo dionisiaco es una revelación, un momentum mágico, y expresión de “la vida ardiente de los entusiastas dionisiacos”. Entonces, frente a esta actitud puramente abierta hacia la expresión metafísica de la vida, ¿dónde está el sufrimiento del que el filósofo nos habla? Lo dionisiaco “renueva la naturaleza enajenada” ¿de qué? Y “celebra la fiesta de reconciliación” (¿con qué o quién?). Nietzsche nos muestra aquí a los trágicos en medio de una clara fisura existencial; es el momento en el que el hombre griego se plantea, aún más seriamente la -antigua- duda sobre los dioses. No se trata aquí de la preocupación sobre, si los dioses se interesan por ellos o no. La preocupación trágica que deviene en la crisis del mito parece recapitular en la certeza del poder del mito para explicar los misterios de la naturaleza y de las pasiones que abordan al hombre. Es el principio de la metafísica y una prematura reflexión del pensamiento occidental en su existencia como ser. Sin la duda no hay oportunidad para este distanciamiento que invita a la reflexión e incluso, a la recapitulación sobre las ideas que trascienden la existencia. La tragedia es el vehículo propiciatorio de la penetración del pensamiento religioso y originariamente mítico, en la búsqueda filosófica del ser. Nietzsche la ve en el arte, el arte helénico es para el filósofo, la máxima expresión de toda respuesta ante la reflexión filosófica, es la “actividad metafísica” de la vida. El instinto dionisiaco del arte es pues, el florecimiento espontáneo de la tierra, de la vida, es la liberación de las ataduras del pensamiento a las ideas preconcebidas, a las rígidas imposturas sociales. Una transformación mágica del hombre helénico.
En la visión nietzscheana hay una especie de dualidad con respecto al modo de ver y sentir griego (trágico). Aristóteles nos explica que la misión de la tragedia es en suma, la catarsis de las pasiones, a saber: el temor -tan profundamente humano- y la piedad. El hombre helénico se identifica con el hombre trágico; aquí radica la transformación dionisiaca. Se convierte en un ser distinto, que está presente en sí mismo y en todos; pues su propia naturaleza desgarrada -según Nietzsche-, ante el determinismo de lo mítico y lo divino y su alienación del mundo y de la vida, lo hacen traspasar el sufrimiento de esa separación (primaria u original) para llegar a convertirse en un dios. “Se siente dios... él mismo camina tan extático y erguido como en sueños veía caminar a los dioses”. Nietzsche expone así, su “llamada de los misterios eleusinos”, una “revelación de los misterios de la embriaguez”. La embriaguez dionisiaca le otorga al hombre helénico la posibilidad única de convertirse en un ser capaz de superar su naturaleza limitada, en un héroe; para devenir a raíz de su hazaña, en dios. Esa es su reconciliación. Ha perdido su ser en el alud de las pasiones; pero también, a través de ellas, se encuentra a si mismo, renovado y repotenciado.
Nietzsche nos invita ahora a profundizar en los vínculos del hombre griego con sus arquetipos, para comprender cómo se desarrollaron en su arte y pensamiento esos instintos artísticos de lo apolíneo y lo dionisiaco. Nos retrotrae a las festividades dionisiacas helénicas, en contraste con todas las expresiones dionisiacas de otras culturas, llamadas bárbaras por los griegos antiguos. El desenfreno sexual, siempre presente en estos rituales, o la depravación salvaje son bien conocidos a lo largo de la historia de la antigüedad clásica. Pero en el caso de los griegos siempre existía el resguardo del dios Apolo que conlleva, -cuando esas prácticas de desenfreno llegan a Grecia-, a una reconciliación con las armas indómitas de Dionisos. Así parece ser históricamente y para Nietzsche también, el momento de la reconciliación entre ambas fuerzas. El momento de la llegada de los tiranos a Atenas, representantes del poder del pueblo, que trajo del campo a la polis sus creencias y sus dioses pastoriles. Es la preponderancia ya reconocida y más luego extendida, del culto mistérico de Dionisos; donde “las orgías dionisiacas tienen el significado de redención del mundo, de días de transfiguración”. Es el pretendido regreso a lo primitivo en la naturaleza humana.
La tragedia es una medicina cultural, preparada alquímicamente por la naturaleza, en su fusión de lo apolíneo y lo dionisiaco, para ofrecerle al hombre su redención ante el dolor por su fragmentación -la de su pensamiento mítico y filosófico-. El hombre se apropia de sus arquetipos (o de sus símbolos) -como en la época homérica se apropió de sus dioses-, para penetrar en su propio misterio, palparlo, identificarse con él y transformarlo (en él), a través de un arduo proceso de experiencia con el dolor y el placer. La música dionisiaca produjo al hombre helénico un espanto natural al reconocerse en ella, desprendido de su faceta racional. El asombro que le provoca es el de la anagnórisis. “Estos cantos -insiste Nietzsche- y el lenguaje mímico de estos entusiastas de dobles sentimientos, fueron para el mundo de la Grecia de Homero algo inaudito. El ditirambo, -un invento mítico de Arión-, ya presente en la expresión artística; se despliega ahora en una dimensión reveladora de nuevos símbolos en los que el hombre helénico se reconocía fielmente una vez superado su horror, en la contemplación. “Se va transformando de rito colectivo frenético, a espectáculo; convirtiéndose finalmente en genero literario”[3].
DIONISO, LA BELLEZA Y HELENA DE TROYA
En la transformación del hombre trágico, su habla se torna en canto vivaz; caminar se convierte en una danza enérgica. Pero no es el movimiento salvaje de un cuerpo que ha perdido el control de sí mismo. En la fusión de lo apolíneo y lo dionisiaco hay una suerte de sensualidad que va de la mano del arrobamiento; las ménades se liberan de su condición de mujeres inferiores y descubren la libertad física y el latente erotismo y el goce que produce el movimiento de sus cuerpos al ritmo de los cantos de Dionisos. Se despiertan los símbolos de sus arquetipos más arcanos dentro de ellas mismas, se encarnan en ellas; es una auténtica celebración de la vida. Esta visión, aunque resulte fragmentaria, nos acerca a la necesidad (ya no cultural, sino casi biológica) del hombre trágico por la belleza. Para Platón quizá no sea la más ideal, pero sí la que más cerca le roza: el cuerpo de la bacante extática embriagado por el placer de la danza, que expresa la belleza y la sensualidad en su estado más puro. La belleza es el imperativo creador, fruto de la desmesura del sufrimiento y la capacidad de transformación del instinto dionisiaco en la tragedia ática.
En el asombro (asombro ante lo inexplicable, la Moira, la naturaleza y su constante devenir) es donde, inevitablemente se percibe en el hombre griego (homérico) una entrañable candidez, próxima a la infancia. El hombre griego del siglo VI - V a. de C. era capaz de conmoverse en verdad, desde sus profundas entrañas, con el espectáculo sobrecogedor (pero artificial y mimético) de Dionisos sacrificado por los Titanes. La muerte del héroe removía en el hombre griego sus pasiones más primitivas. Y es en este espectáculo de “imitación de la vida”, donde el hombre trágico crea la belleza, para poder ser glorificado su genio artístico y sentirse digno -como reflejo de los Inmortales-, de ganarse la divinidad, la inmortalidad. No nos cabe la menor duda de que lo consiguieron; no sólo a través de su ideal apolíneo de belleza, o de la conmovedora desnudez con que se abrían al espectáculo de la vida y la acogían dentro de sí mismos; sino y muy especialmente, con ese ímpetu con el que el hombre griego amaba la vida -su vida- y se identificaba con ella. Por eso será que Nietzsche llama a Homero “el artista ingenuo”.
NOTAS:
[1] El origen de la tragedia griega y sus autores; Carina Don Ángelo.
[2] F. Nietzsche; El Nacimiento de la tragedia. Alianza Ed. 1973.
[3] El vino como elixir sagrado, La embriaguez dionisiaca; Simón Royo Hernández.
[4] Gorgias, Elogio a Helena; “Fragmentos y testimonios”.
[5] El falso arte; pag. Web.
miércoles, marzo 08, 2006
El Árbol Sagrado
Emilio Greco encontraba algo humano en ese gesto de apertura del árbol hacia el cosmos, en su forma de “extenderse y abrirse al cielo”. Mi experiencia con los árboles ciertamente, tuvo una trayectoria singular. Cuando aún estudiaba en la Facultad de Bellas Artes de Sevilla, me fascinaba dibujarlos y encontraba en ellos, tal como dice Emilio Greco, algo de humano. Luego, tuve ocasión de experimentar con sustancias psicotrópicas, sin un propósito muy definido, que me llevaron a percibir entre otros objetos, al árbol como un ser dotado de vida real, como un ánima o espíritu. Y esta percepción para mí fue un verdadero hallazgo. Sentí, por primera vez en toda mi vida, que los amaba. Y no existía más placer que observarlos danzar, unirse unos a otros, saludarnos y murmurar sus cantos secretos.
No profesé por eso, una nueva religión en homenaje al árbol, pero tomé conciencia de su importancia y la trascendencia de su misión, y el respeto que merecen en el ecosistema de la tierra.
Cuando miro a los árboles, por fortuna, se reanima en mi ser este recuerdo y me siento agradecida de que sea así.
La sombra de un árbol aislado o el recinto sagrado de un bosque forman un lugar natural de adoración. Para muchas tribus es el único templo que conocen y para la mayoría, el más antiguo.
De pronto, estoy regresando conciente, o no tan inconscientemente, a los arquetipos de aquel tiempo de mi juventud en que entablé contacto con el árbol, con los pájaros y con el hombre “primitivo”. Porque es importante no olvidar.
Los únicos que alguna vez me rescataron de la locura, de la soledad y del sufrimiento fueron mis propios arquetipos. Las personas bienintencionadas o algunos buenos amigos, sólo pueden escucharte. Pero hace falta crear mucho silencio en nuestro interior para ser testigos honorables del dolor de los demás. Añadimos más dolor cuando no sabemos callar.
[1] El culto griego a los dioses.
La creencia de que un árbol sagrado tenía un espíritu que se encarnaba en él y permanecía vinculado a él. El árbol podía ser la morada o el refugio del espíritu".
Así el hombre encuentra su sentido en el árbol, y éste es símbolo del hombre; a la inversa, es el árbol el que encuentra su sentido en el hombre, símbolo del árbol.
Al referirnos al árbol ancestral en relación con la tribu, nos estamos refiriendo directamente al hombre primitivo. No es azar que apareciera entonces aquí, de nuevo, la generación de la leyenda y el culto al árbol ancestral en el nacimiento de las primeras sociedades humanas. Ha debido de ser inmenso el valor de la identificación que los primitivos concedían a sus árboles de culto, por otros muchos motivos de índole sagrada, tanto más que por razones puramente prácticas. Comprendemos que la mentalidad del hombre que adoraba a los árboles es la mente ingenua del hombre mago, su mente está sumergida en el sentido mágico de la existencia, en su fuerza inmanente y desconocida. Así el árbol podía presentarse ante él no ya como el espíritu reencarnado de sus parientes, sino como un ente espiritual por sí mismo. Y si es nuestra mente la causa que condiciona nuestras vidas, el modo como percibimos y vemos los fenómenos ha de tener por fuerza, una incidencia profunda y definitiva en las manifestaciones de las cosas que vemos y que percibimos por nuestros sentidos. Esto es, que la forma como percibamos nuestro mundo será, al fin y al cabo, la que creará nuestro mundo.
Dice Hirsch: “En la antigua India el universo estaba rigurosamente ordenado por árboles (...) El Monte Meru del cual se alza la esbelta silueta en forma de loto, eleva al árbol a la dignidad de eje del mundo, mediador vertical entre las profundidades de la tierra y la altura de los cielos.
En las danzas giratorias rituales de los buriatos que imitan el movimiento aparente del sol, parecen buscar la integración en un perpetuo torbellino, entre el cosmos (movimiento) y el eje cósmico.
El universo funcionaba porque los hombres funcionaban de acuerdo con el orden cósmico; seguían las directrices del árbol sagrado, el eje axial que por un lado les unía con la tierra y por el otro, les conectaba con las potencias celestes.
Elevo al universo sagrado una oración y ruego a los genios de la tierra para que ese día no llegue jamás, y que el Árbol de la Vida pueda perpetuar su labor de sostenimiento y de sabiduría para beneficio de los hombres y las generaciones futuras.
sábado, febrero 25, 2006
El Trueno y la Tormenta traen Libertad
Chardonnay
Lleva cetro y tiara, atributos de soberana.
Hay poder y fuego ardiente en su imbatible mirada.
Como de mariposa etérea son sus broncíneas alas.
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Ella resucita las fuerzas del viento, del mar y de la tierra.
En ella me escondo, y al mismo tiempo me revelo.
Ella tiene nuestras vidas en sus manos.
Esta es una antigua historia, que desde hace tiempo deseaba contar.
Pero hoy no será.
Su nombre es Eleutherea. Un día la descubrí, por estos "azares" del "destino" en los que ni siquiera me atrevo a creer.
El momento era mágico, la vi como en un espejo: su rostro era mi rostro, pero me contaba una historia diferente...