sábado, agosto 08, 2009

¡Despertad a la Serpiente!


I


Estoy ganando una antigua lucha, una batalla por la verdad. Ahora mis fuerzas se renuevan, siento el valor en mis entrañas; la verdadera convicción regresó para fortalecer mi espíritu desmotivado y descreído. Siento que cada día me acerco más a la Verdad verdadera que ilumina mi ser: la fuente del Amor y la Verdad, que es el núcleo de mi corazón. Allí está todo eso por lo que he luchado, todo aquello que fui incapaz de ver o comprender; aquello que inspiró mi lucha y todos mis empeños por alcanzar la verdad. Allí está todo aquello por lo que he luchado en la fe o en la incertidumbre; en la soledad y en la ausencia y en el presentimiento inexplicable de un pálpito, una remembranza, una reminiscencia de la dimensión del Tiempo Eterno.

La lucha y la confianza, unidas a una fuerte determinación que no vino desde el exterior, nació en mi interior; su semilla estaba allí, la semilla de su luz verdadera. Un fuerte empuje decidido a alcanzar la cima de la Vida, la cima del Amor verdadero y de la Verdad verdadera. Sin desviaciones, sin recusaciones, sin arrepentimientos ni evasivas, encarando el misterio con los ojos abiertos, con el alma desnuda, para encontrarnos al fin, también, nosotros dos, como esos dos niños inocentes en el centro del mundo, jugando su juego infinito.

Sin revelar el arcano secreto de la existencia, sólo formando parte de ese organismo extraordinario, inmenso e inabarcable útero del espacio que nos contiene y nos rodea, de cuya materia, todas las cosas han nacido y están hechas. Sin darle nombres a lo maravilloso, a la magia de la vida. Porque al fin, comprendimos los dos, juntos, que el secreto somos nosotros; que la verdad que perseguíamos anhelantes vive dentro de nosotros; que no había que dudar, ni buscar en ninguna otra parte.

Levantaremos el rostro, airosos, henchidos de júbilo porque hemos regresado por fin, al hogar; aquel único lugar al que pertenecemos; la Vida entera. Y desde el fondo del corazón daremos las gracias porque allí estará la Gran Madre, de Amor y Presencia absolutas, sonriendo complacida, dándonos la bienvenida.

En algún momento tú también, querida crisálida, romperás tu capullo y desplegarás jubilosa tus alas, hechas de éter y de amor cósmico y emprenderás anhelosa tu viaje, irás a conquistar tus propias hazañas, para poder convencerte de tu grandeza. Y conocerás al universo y a los dioses, mi querida mariposa, en cuanto hayas descubierto en los ojos de la noche tu propia e inenarrable belleza.



II





Esta poesía en prosa abre el tabú. La serpiente era el tabú en el poema de Shelley No despertéis a la serpiente, y dice con sabiduría: “por miedo a que ella ignore su camino”. Era tabú despertar el poder de la diosa que se oculta en esa serpiente dormida, que las palabras del poeta advierten dejar en reposo.

Sin embargo, el tiempo ha pasado. Es el momento de abrir los sellos que han dejado las épocas del patriarcado amedrentador. Quizá por no saberlo, muchos poetas con las pupilas ennegrecidas por los nubarrones tormentosos del hipotético Tártaro, gritaban angustiados: “¡no lo hagas, no!”. Como Shelley: “¡no despiertes a la serpiente!”.


Pero ¿quién es esa diosa que reposa encantada en el sueño de la sierpe?


Dice el héroe (Shelley): “Dejad que se deslice mientras duerme”.


Pero el sueño ha terminado por apoderarse de todos nosotros.


El río no olvida su cauce, y si el relámpago persigue siempre al trueno


¿Cómo habría de olvidar Ella la tierra que habitó,


O esa yerba de los prados, por la que se deslizo silente?


¿Acaso, la mies se duerme en primavera, o el capullo se dilata en su pereza?

¡Despertadla, cantad, danzad sobre su nido! No temáis importunarla


Porque la sierpe sólo espera tu salto, para lanzarte con ella sobre su lomo brillante

A cabalgar por los caminos de la aurora en risotadas estruendosas


Asimilando bocanadas inmensas de aire nuevo


Desplegando piruetas entre las ondas hermanas que se multiplican en el espacio


Dibujando trayectorias violetas y destellos de plata


Sobre cada ola inaudita que arrases en tu salto.