martes, julio 21, 2009

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Continuamos el diálogo con Nietzsche y la tragedia griega. Estamos en el Capítulo 21. Nietzsche nos retrotrae en la historia del pueblo griego, el pueblo de los misterios trágicos, el que combatió contra los Persas, y por cuyas batallas precisaba de la Tragedia como su necesaria bebida curativa.


Ya sabíamos, por medio de la aguda intuición del filósofo alemán, que la tragedia era una "medicina cultural" necesaria; pero aquí, de nuevo, Nietzsche nos expone sus argumentos en crudo, obligándonos a masticar el material muy cuidadosamente, para impedir que se nos cuele alguno de sus muchos despropósitos.


Nos habla de Apolo, "formador de Estados", como "genium del Principium Individuationis", y de pronto, nos salta de una rama a otra, colocando al budismo indio como único camino de salida para un pueblo "efervescente y orgiástico". Esta afirmación podría pasar por cierta, si no fuese procedida por una de sus famosas explicaciones tomadas por los pelos. Nietzsche opone el éxtasis dionisíaco a la filosofía budista, textualmente: "para salir del orgiasmo no hay para un pueblo más que un único camino, el camino que lleva al budismo indio; el cual, para ser soportado, en su anhelo de hundirse en la nada, necesita de esos raros estados extáticos que alzan las cosas por encima del espacio, del tiempo y del individuo".


Como si con esto comprendiera que toda representación, toda manifestación extática de la naturaleza y del ser humano estuvieran excluídos de la experiencia budista; es decir, como si el budismo fuese ajeno a cualquier expresión de la naturaleza, tan sólo una ideología construida por la razón humana pero capaz de atemperar las expresiones efervescentes de la vida en el ser humano, como una especie de analgésico.


Con razón a Nietzsche hay que masticarlo y volverlo a masticar, porque jamás sus expresiones, ni siquiera las aparentemente más inofensivas, son digeribles a primeras. Personalmente, dudo que a Nietzsche le faltara intuición para poder aproximarse a la esencia de las cosas, sólo un claro punto de vista. La visión del filósofo ha fallado al presentar separados en partes todos los fenómenos.


Es evidente que como ideologías la religión orgiástica de Dioniso y la religión budista plantean caminos y metas distintas, pero es necesario reconocer que en ciertos aspectos muestras coincidencias concluyentes. La efervescencia, el gozo y la vivacidad de la religión dionisíaca no están en absoluto, ausentes en el budismo. Y esto es algo que con seguridad, Nietzsche desconocía.


El filósofo no se olvida, sin embargo, de devolver nuestra atención al tema fundamental, a la curativa, redentora y salvífica Tragedia; tan necesaria para la supervivencia del pueblo griego como el aire que respiran. Nietzsche nos la muestra como "el compendio de todas las fuerzas curativas y profilácticas". Renueva los lazos ancestrales entre música y Tragedia, donde el mito adquiere de pleno, su carácter sagrado a través de aquel maridaje.


Nietzsche descubre, a través del conocimiento de la Tragedia, que ha tenido lugar un suceso trascendental en la música, como "placer supremo". El filósofo está convencido de haber resuelto el misterio matemático de la belleza que depara la música. Y por eso, se atreve incluso a seleccionar a sus auditores, sólo entre "aquellos quienes están directamente emparentados con la música, a aquellos que (...) tienen en ella su seno materno".


La música se convierte también en salvadora: "es ella sin embargo, la que nos salva del sufrimiento primordial del mundo". Al menos es capaz de reconocer, aunque no enteramente, que el hechizo del que la música lo ha hecho objeto con su apasionada veneración, es un impulso absolutamente apolíneo. Pero no por ello Nietzsche es capaz de reconocer que el poderoso influjo salvador de la música no es otra cosa que un "magnífico engaño". Quiere así presentarnos el poder representativo de la música y sugiere que ella misma se basta para recrear el mito en la memoria, pues Ella dio vida (vida imaginaria y figura) al mito y al héroe.


En conclusión, la Música y hasta la Poesía no son otra cosa en el drama trágico que el sueño apolíneo que nos redime de la temible descarga y la desmesura dionisíaca. En su retrato Nietzsche nos muestra una batalla, que es el drama entre las imágenes apolíneas, que están también armoniosamente presentes en la música; y ese mismo drama sofoca su carácter dionisíaco o lo muestra, según sea su deseo para el efecto entero de la obra trágica.


Éste resulta en una victoria siempre preponderante de las fuerzas de Dioniso. Sin embargo, lo que sucede realmente es que Apolo y Dioniso representan una danza en la Tragedia musical; cada uno de ellos ejecuta un paso por vez y van recreando el mito a través del arte que les es propio por naturaleza.


El efecto general, al contrario de lo que afirma Nietzsche, no es dionisíaco, es apolíneo-dionisíaco. Porque a pesar de su obstinado punto de vista, el propio Nietzsche sin darse cuenta, nos revela la verdad: "Dioniso habla el lenguaje de Apolo (...) y Apolo habla el lenguaje de Dioniso".


jueves, julio 02, 2009

Poema en Si bemol


Está permitido reirse


Reirse con ganas, pero con estilo


Desde abajo, desde la ingles


Subiendo por los túneles del intestino


Como corriente ígnea


Como agua destilada


La risa sube hasta la garganta


Arrasa los dientes


Inunda la mirada


Se transfigura en canto


Como arroyo cristalino


Se refunde en un suave llanto


Y al final de su recorrido


Va a recostarse, adormecida


Entre murmurllos de encanto


Entre las vaporosas nubes


Del silencio complacido.