sábado, diciembre 29, 2007

¿Por qué escribir?

¿La escritura? Es un acto de amor. -Marguerite Duras.
Respondiendo la misma pregunta que Mario Vargas Llosa le hiciera a Gabriel García Márquez en el año de mi nacimiento -el mismo del Mayo francés-, frente a los estudiantes de la Universidad Nacional de Ingeniería del Perú:
1. Todo aquél que escribe pretende, tiene algo que decir; con ello plantea una alternativa frente a lo que ya se ha dicho. Tal vez, por eso García Márquez habla de una función subversiva del escritor (en particular del novelista).
Al establecer nuevas pautas el escritor pretende modificar lo ya establecido, o en todo caso, influir sobre las pautas ya existentes,. Puede que no se trate solamente de un sentimiento de inconformidad, tanto como una inspiración extensiva, un impulso por la innovación o el descubrimiento de nuevas vías. La búsqueda de nuevas perspectivas, el encuentro de nuevos y variados paradigmas, sea quizá una de las funciones fundamentales del escritor -como artista-, como ente involucrado en su realidad sociocultural.
2. El escritor está en la obligación de procurar expandir posibilidades. Si las prevé o no, a través de su expresió literaria, es también parte de su responsabilidad y de su ética profesional.
El escritor debe emplear su experiencia y sus recursos en posibilitar este desarrollo expansivo, no sólo en su obra, como logro particular; sino también, y como prioridad, en su penetración y compenetración en la realidad sociocultural que le rodea.
Existen aún múltiples vías inexploradas de creación artística, y en particular de la obra literaria. Todavía la novela tiene caminos inexplorados, en espera de nuevos poetas, pioneros que se aventuren a transitarlos.
¿Por qué escribimos, entonces?

Se plantea la interrogante: ¿Cuál es la causa de la creación poética o artística?

a) Kandinsky hablaba de la necesidad “espiritual” del artista por crear.
b) Viggo Mortensen dice que él no crea sus obras pensando en los demás, en si eso les gustaría o no a sus amigos
c) García Márquez dice que escribe para sus amigos, para que estos lo recuerden
d) Da Vinci solía decir que quizá, el único objetivo del hombre para realizar su creación, sólo sea perpetuarse en la memoria, ser recordado.
e) En mis clases de Escritura Creativa, el profesor Pedro Corro apoyaba esta tesis: “creamos para perpetuarnos en el tiempo” (como DaVinci).
f) Octavio Paz decía que no había poesía si no había quien la leyera,
g) Gustavo Adolfo Becker escribió: “mientras exista amor habrá poesía”
h) Y por último, Alfredo Elejalde, en su artículo sobre la poética de la frustración, nos dice que:
la ausencia del espectador no tiene mayor influencia en la experiencia estética del poeta”.

Todas esas son tesis que se sostienen bien sobre argumentos muy relativos, pues se trata de argumentos que parten de la propia experiencia del poeta.
En mi personal experiencia, reconozco una necesidad superior que parte en la búsqueda de la creación, quizá no como causa única de ésta; pues si decimos: ¿para qué escribo? Evidenetemente, cabrían muchas respuestas. Lo esencial, lo que mueve al acto de la escritura es una necesidad muy fundamental del escritor (el que tiene la capacidad de crear). Así también, son muy personales sus razones para hacerlo.

Insisto, aquello que me motiva a hacerlo, que ya no parte sólo de una necesidad; pues en dado caso, esta misma sería una respuesta, se basa efectivamente, en un deseo de ser recordada; no tanto mi persona como aquello que tenía que decir a través de las palabras del poema. La necesidad de una expresión interior como participación sobre la realidad, es más importante que el simple deseo de ser recordada.

Hay un deseo de perpetuidad, sin duda, porque nos resistimos a abandonar el mundo y queremos pervivir a través de nuestra obra. Éste es, para mí, el modo más sublime de perpetuarse en el tiempo.

Los Beatles serán recordados probablemente, a lo largo de muchos siglos, porque su obra dejó una huella imborrable en la historia de la cultura universal. Serán trascendentes como Mozart, ya no sólo en cuanto creadores; sino también, por haberse convertido en portavoces legítimos de una generación y de sus ideas.

Esto es, a todas luces, un motivo legítimo para todo creador. Pero no es el único. Hay un propósito anterior, quizá mucho más poderoso, dentro del alma del poeta, para abocarse a la obra de su creación. Y ése sea, quizá el más noble de todos: el auténtico deseo de ofrecer un servicio. No tanto por el trabajo que amerita la obra: nuestro sudor y nuestras lágrimas más sentidas; es algo que se escapa a las emociones más profundas del ser humano y que las trasciende; es el deseo de ofrecer a la humanidad una visión diferente y particular de la realidad.
El poeta se propone “hacerles ver el bien”, si se quiere, mostrando universos donde la realidad restringida que conocemos mediante nuestros sentidos, condicinada por las normas de la sociedad y nuestras propias funciones biológicas, sea superada en la visión de una realidad posible y quizá, mejor. Un mundo donde no existe la guerra ni el odio, ni la mentira ni la avaricia (como el Imagine de John Lennon). O peor, donde todas las desesperaciones y sufrimientos del alma quedan retratados y sublimados. (La Lista de Schlinder de Steven Spielberg). En definitiva, un mundo ideal, similar a ése en el cual Platón nos decía, que residía la verdad más Absoluta, el mundo de las ideas “espirituales”. Pues ya no reside solamente, en la palabra o la obra del hombre, sino que estos se convierten en vehículos de su expresión. Su acto poético se convierte entonces, en un acto sagrado que roza lo absoluto.

Mi respuesta, abierta a discusión, en una hoja de ensayo de uno de mis trabajos de clase, en el mencionado taller fue: “De cualquier modo, la escritora que quiero ser es la que escribe y muestra, a través de lo que escribe, una ventana abierta hacia el corazón humano”. Es en ese corazón donde quizá reside, metafóricamente, el mundo de las Ideas más sublimes de Platón.

En esto coincido con Elejalde al aproximar la tarea del poeta (o del creador) a la del meditante, cuando dice que la poesía es como dedicarse a la meditación”. Pues es “el descubrimiento de los conflictos más íntimos (del alma humana) y su transmutación”. Nos habla también del método; la disciplina del poeta para transformar esos conflictos internos, lo que nos hace pensar, es el fruto de su propio descontento frente al mundo. Transforma ese fruto, lo convierte en una denuncia, en testimonio trascendental de la experiencia.

En budismo se hace cierto hincapié en la importancia de la experiencia para el aprendizaje y desarrollo del ser humano. Se reconocen los móviles de la mente y sus causas, y se trabaja sobre ellos; logrando una cierta transformación de los estados mentales en algo, por así decirlo, que sobrepasa la experiencia conocida. A través de las practicas de meditación tenemos la posibilidad de transformarnos en un Budas (el estado absoluto, el desarrollo de todo el potencial de la mente), o al menos, ésa es la meta.
Frente a estas prerrogativas resulta válido el paralelo que hace Elejalde acerca del trabajo poético; es una disciplina que ofrece oportunidades extraordinarias al escritor, para su autoconocimiento y el del mundo que le rodea. Si buscamos alguna utilidad para ella, forzosamente tendríamos que decir que es ésta: la transmutación, ya sea de los conflictos del alma humana en algo mejor. ¿Y en qué puede convertirse el escritor que bucea en su propia alma? ¿En poeta?
También, Octavio Paz nos proporciona una respuesta que coincide con la intencionalidad del poeta de transformarlo todo, y ésta reside en lo sagrado. Para Paz el poeta, mediante la palabra, mediante la expresión de su experiencia, (procura) hacer sagrado el mundo”.

Uno de mis argumentos en el Taller de escritura para no escribir poesía era que: Siempre he pensado que la poesía es creada por criaturas cuasi perfectas, como la copa de oro de la que sólo beben los más elevados seres de la creación[1].

La poesía transforma porque la palabra transforma, ése es el poder de la palabra: "... la palabra tiene un efecto mágico para trasportarnos a otros mundos y para crear nuevas realidades; para hacer felices o infelices a los demás; para ayudar o perjudicar. La palabra tiene Poder”.

Poesía como disciplina del conocimiento humano; como proyecto del lenguaje y como auto-conocimiento, y que surge de la transformación de los conflictos del alma en su purificación. Pero Elejalde apenas y nos muestra en qué se transforman esos conflictos, sólo podemos entrever una suerte de denuncia antes citada; pero ¿acaso, allí culmina la labor del poeta (creador)? Acaba su exposición dejándonos esta interrogante.
Dice: Si la poesía es una pregunta sin respuesta, si es un continuo interrogar entonces, lo suyo será la técnica de la pregunta, la técnica de explorar todas las interpretaciones posibles de un mundo siempre inacabado”. Como Sócrates...

Pero, si es así ¿dónde queda el verdadero propósito de la creación? ¿En una interrogante inacabable que nos tiende la trampa del círculo infinito, hasta del misterio? Que es, a fin de cuentas, la esencia de ese mundo de la Ideas de Platón; que el filósofo nos considera, en tanto erramos por este mundo, incapaces de concebir.

No quisiera terminar esta reflexión, sin aludir al pensamiento genuino e inmortal de un Poeta, por quien he sentido siempre un amor incondicional: Arthur Rimbaud. En su carta de un Vidente, el niño prodigio nos dejó esta visión de la poesía futura:
El primer estudio del hombre que quiere ser poeta es su propio conocimiento (el estudio de sí mismo), busca su alma, la inspecciona, la tantea, la aprende. En cuanto la conozca, ¡debe cultivarla! (...) Se trata de hacer al alma monstruosa (...).
Digo que es necesario volverse vidente. El poeta se hace vidente por un largo, inmenso y razonado desajuste de todos sus sentidos. Todas las formas del amor, del sufrimiento, de la demencia busca él; agota en él todos los venenos, para sólo guardar sus quintaesencias (...) en la que deviene (...) ¡el Supremo Sabio!, ¡porque ha llegado a lo desconocido!
Y cuando, enloquecido terminara por perder la inteligencia de sus visiones: ¡las vio! ¡Que reviente en su salto a través de las cosas inauditas e innombrables!
Vendrán otros horribles trabajadores, ¡comenzarán por los horizontes donde el otro se ha hundido!”

Elejalde nos señala, finalmente: “si el poeta tiene éxito en su intento ¿para qué querría seguir escribiendo?”. De todas las posibles respuestas a mi constante indagación, ésta sería la más apropiada: ¿por qué sino, abandonó Arturo la poesía? Si se halló al fin, purificada su alma de todas aquellas aterradoras visiones que lo separaban de la verdad verdadera, ¿para qué querría continuar la búsqueda? Pero él cumplió con su cometido y nos dejó el testimonio de su experiencia. ¡Inefable tarea por la cual todos los poetas le estaremos en eterna gratitud!

Nota:
[1] Porque la Poesía es “la revelación de la inocencia que alienta en cada ser humano (...)” según Octavio Paz. Y difícilmente, la encontramos dentro de nosotros mismos en días como estos.